Ayer tuve que viajar en taxi desde Villa del Parque a Quilmes. En verdad, fueron dos viajes. El primero desde Villa del Parque hasta <inserte nombre aquí de un lugar que queda cerca del Correo Central y no recuerdo el nombre> y el otro de ahí hasta la casa de mi mamá.
El primer viaje pasó sin mas entre silencio y algunos comentarios de mis acompañantes. El segundo, en cambio, no. Se ve que al ser las 05am el conductor estaba bastante aburrido, y se dedicó a deleitarnos con sus anécdotas, pero sólo una de ellas me llamó poderosamente la atención.
Resulta que el conductor que, supongamos se llamaba Antonio, estaba haciendo su recorrida nocturna habitual por las calles de Buenos Aires. Como todos los Jueves (ponele) se dirige hacia el teatro, ese que queda cerca del bingo y en el cual siempre hay gente que recoger, gente del barrio claro, habitués de esa empresa de radio-taxis.
Pero ese Jueves no se encontró con Rodolfo que, como siempre, había perdido cerca de 200$ pero no la convicción de que debía seguir yendo porque 'ya le iba a tocar'. Tampoco estaba por ahí Lina, que había jugado religiosamente sus dos cartones sin ganar nada pero ya a sus 62 años la salida era parte de su vida y realmente no le importaba demasiado. No, ninguno de ellos. No obstante había alguien más que tímidamente levantaba su mano cuando Antonio estaba todavía a una cuadra de distancia.
El semáforo se pone en amarillo, y ella baja la mano. Cinco segundos después de dictar la luz verde, ambos estaban a escasos centímetros de distancia, separados por el cordón de la vereda.
Ella tenía mas o menos 25 años y estaba 'muy bien arregladita': Remera, pollera lo suficientemente larga para evitar caer en suposiciones equívocas y poco fundamentadas, zapatillas y una botellita de agua en la mano que le quedaba libre . No era usual ver gente de esa edad por aquellos lugares, menos un Jueves a la madrugada y sola. Supuso que la chica se había juntado con algunos amigos, quizá para conversar o debatir algún libro, y entre el sueño y algunas copas que habían corrido durante la cena consideró mejor el tomar un taxi que el colectivo (ya que éste, claro, no pasaba hasta las 5am)
- Me llevas hasta el Bajo Flores?
- No, querida, estem, disculpa, pero no voy para esa zona a estas horas. Igual no te preocupes que taxis por acá pasan muchos y seguro alguno te lleva.
- Y si me dejas un par de cuadras antes, puede ser?
- Bueno, está bien
Abrió la puerta de atrás y se sentó justo en el medio. El viaje transcurrió sin más que algún que otro comentario sobre el tiempo o la manera brusca de manejar que tienen algunos como ese que dobló sin hacer luces o aquel otro que debe estar ebrio ya que maneja en zig zag. Aparte de eso, ella permanecía callada mientras sacudía la botellita en su mano y movía un poco los pies.
- Dobla acá, dos cuadras a la izquierda
- No, nena, te dije que para ese lado no me meto
- Eh, doblá - prosiguió, con la voz nerviosa y entrecortada
- Listo, hasta acá llego, bajate que no te cobro nada, dale, andá nena, andá - contestó él luego de haber hecho media cuadra en el sentido que la muchacha había requerido. Estaba nervioso, sí, pero no por ella, sino porque temía que en esa cuadra y media que restaba haya gente esperándolo.
Lo que prosigue lo recuerda claro, clarísimo, a pesar de admitir que en ese momento todo pasó con una velocidad indescriptible. Entre insultos y gritos, ella vertió sobre la camisa a cuadros de Antonio el contenido de la botella. Él sintió el sabor sobre sus labios y con sorpresa descubrió que no era agua, sino alcohol etílico. Un frío abrasador (que, casualmente, no fue provocado por el alcohol) lo recorrió íntegro empezando desde la nuca y terminando en un suave temblor. Miraba hacia adelante inmóvil, con las manos aferradas al volante.
Ella hizo un movimiento rápido con la mano derecha y sacó un encendedor a la vez que repetía sin cesar 'Dame todo lo que tenes porque te prendo fuego, te prendo fuego, oíste?' Antonio temblaba y movido por un impulso más que razonando trabó la puerta de adelante, por lo cual todas las demás se vieron obstruidas.
- Dale, prendé fuego nomás, que nos incineramos los dos.
La situación había cambiado:. Ahora la asustada era ella. Se avalanzó hacia la puerta intentando abrirla sin éxito, lo que le costó terminar con una pierna doblada sobre el asiento y la otra extendida que llegaba hacia la guantera. Aprovechando el descuido, Antonio tomó su mano derecha, quitándole la botella de agua y una navaja. Apartó la botella, pero tomó la navaja con firmeza
- Nena, bajate del auto ya porque te corto la pierna, entendiste?
- Señor, no, por favor, no me lastime, yo no lo iba a... Enserio, era sólo para asustarlo, por favor, déjeme ir, se lo suplico.
- Sí, te vas a ir, primero tira el encendedor, después abrís la puerta y desapareces, me escuchaste?
Y finalmente, sí. Ella se bajó y Antonio siguió con su recorrida nocturna.
- Es que ella no era chorra, así de que robaba para comer. Seguro estaba en la droga, pobre, y no tenía plata para comprar droga, y pensó que robando un auto con un hombre grande adentro que no se iba a poder defender la podía conseguir. No sé, yo le dije que le tenía más lástima que odio, igual. Vio, como están las cosas ahora...
Ninguno hizo un comentario. Incluso creo que los que viajaban conmigo no escucharon el relato siquiera, como deben hacer muchos otros que les toca la casualidad de hacer un recorrido largo con Antonio en la madrugada de un martes y optan por poner piloto automático y asentir sistemáticamente cada quince segundos antes que involucrarse en la historia.
Yo solía viajar con bastante frecuencia en taxi a la madrugada, y casi siempre las conversaciones con quienes manejaban eran las mismas, incluso en ocasiones me tocaba viajar con el mismo conductor (lo que facilitaba las cosas en parte ya que no le tenía que explicar cómo llegar a destino).
Los taxistas/remiseros tienen esa necesidad, por lo general, de establecer una charla con el pasajero (estimo que más aún los que no tienen radio). Los temas son recurrentes, y ya deben saber de memoria tanto las preguntas como las respuestas, pero de todos modos esa necesidad se mantiene. Para pasar el rato, hacer menos tediosa la jornada laboral o quizá porque su hobbie es establecer estadísticas en base a las respuestas que dan. Quizá se juntan todos los taxistas una vez por año, religiosamente, en algún punto perdido de Buenos Aires para comentar las mejores contestaciones y proponer los tópicos a tratar el año siguiente. O tal vez esperan que alguien responda algo distinto para enredarlo dentro de un extraño juego macabro que dura entre 3,15 o 23,50$ según la distancia recorrida, aunque también es probable que lo hagan para evitar inventarle a cada pasajero una historia diferente a partir de su forma de saludar, de vestir o cómo mira el reloj que va subiendo de a 0,31 centavos cada 200 metros.
Recuerdo también que hace un año viajé en el asiento de adelante. El recorrido era el mismo que todos los fines de semana a esa hora. Yo lloraba en silencio mientras fumaba un cigarrillo y no despegaba la vista de la ventana. El taxista no se inmutó así como tampoco me dirigió la palabra. Simplemente me intercambió los 8,75$ que costaba el viaje por una carilina Elite.
- Que tenga buenos días, señorita
- Muchas gracias, igualmente para usted.