Oneiric Adventures

Nos juntabamos con unos amigos en una casa enorme y con puertas altas. Muy altas. Yo tenía el pelo recogido con dos palillos y como mi peinado comenzaba a tambalear, fui al baño a arreglarlo. Estaba haciendo eso cuando sin querer golpeo mi codo izquierdo contra la pared, y aparece una muchacha vestida de mucama preguntándome si me había quedado encerrada, mi respuesta fue negativa pero creyendo que era más idiota de lo que en verdad soy me podría suceder me señala un cuadradito con una D y me comenta que, si no llego a poder salir, lo presione.

Vuelvo a la reunión, y me siento en una silla con revistas. Mis amigos, jocosos, me dicen que me siente en otro lado, que ese será el trono del ganador de un torneo de Winning Eleven.

Leandro y yo nos vamos para el shopping y nos cruzamos con algunas personas que le caen mal. Especialmente había un muchacho que no dejaba de molestarlo. Como buena defensora de pobres y ausentes amiga , me decido a hablarle al susodicho. Si bien se rehusó al principio, terminamos sentados en el pasto conversando de la vida en general, hasta que escuchamos la bocina de un auto.
Llega Florencia, y vamos los tres al altillo de la casa, donde el muchacho nos muestra su documento de cuando era menor, que estaba completamente corroído.

Después, vamos caminando por una calle muy angosta. Siguiendo su propuesta, ingresamos en un local pequeño con mostradores irregulares que parecía estar siendo lentamente devorados por las cosas que se iban apilando sobre él.

Fibras, así, finitas y de colores estridentes, eso es lo que tenemos que comprar - dice mientras observa las que le tiende el vendedor - Muchas gracias, vamos.

Salimos y la preceptora de mi colegio me llama la atención por estar llegando tarde. Nos despedimos y voy corriendo para el colegio, que esta vez lucía antiquísimo, con una escalera de roble que ascendían en espiral y paredes de mármol.

- Es la segunda vez que te veo llegar tarde - Comenta, entre risas, mi mamá que estaba en la puerta
- Es que, es la segunda vez que llego tarde en mi vida, respondo mientras apuro el paso.

Subo la escalera con Mariana, y en el trayecto otra preceptora nos da dos vasos transparentes, uno con coca cola y el otro con café, ambos con hielo y colores más claros que los normales.
Mariana prueba uno, y comenta que a la coca cola le aclararon agua. Estaba a punto de agregar algo, cuando la invadió un ataque infrenable de risa.

Yo, mientras tanto, me quedé mirando la baranda del edificio.

(Ni intenten buscarle coherencia: No la tiene)