domingo, agosto 31

descubrimientos

me paso el día usando hipérboles. ya sea en una charla frente a frente, en el msn, por email, teléfono y cualquier otro medio de comunicación. hasta creo que cuando pienso aparecen (y eso ya es alarmante) pero no puedo evitarlo.
sé que no es algo innato pero se adhirió a mi forma de hablar como si lo fuese. lo más trágico del asunto es que yo como emisora tengo conciencia de mi tendencia a hiperbolear la realidad, a veces sólo porque me agrada, otras para ironizar un poco (esta es la más frecuente), pero los receptores de mis mensajes no siempre están enterados y eso dificulta un tanto la comunicación.
hoy recordé que, en ciertas ocasiones, me daba mucha gracia escuchar a la gente usar hipérboles en charlas cotidianas sin caer en la cuenta cuan exagerado, innecesario, automático y poco pasado por el filtro de sus cerebros era aquello que estaban pronunciando. porque estoy segura de que si se hubiesen puesto aunque sea alguna vez a detenerse a mirar un poco esas frases, no las repetirían tanto. pero no, es sistemático.
cosas como, no sé, 'me muero de ganas de comprar esa campera fucsia', 'te llamé como mil veces y no paraba de dar ocupado' o 'y, la verdad, no me alcanzaría ni todo el tiempo del universo como para terminar lo que tengo que hacer'. claro que los ejemplos distan años luz de distancia de lo que yo debo haber oído como para quedar tan perpleja y sentir la imperiosa necesidad de usarlas todo el tiempo.


también me molesta la gente que cree que para escribir buena poesía basta por desparramar sobre la hoja un par de 'oh'.

martes, agosto 26

señales luminosas

hoy me choqué con la palabra erotomanía. dos veces, en dos libros completamente diferentes. uno sobre la locura, de foucault; el otro era el didáctico, digno-de-varios-premios-novel y maravilloso abzurdah de cielo latini. pf.

el destino me estará queriendo decir algo?

jueves, agosto 7

tout à son juste temps (reloaded)

Al final encontré el jean. Por algún motivo que desconozco, estaba en la casa de mi abuela.
Lo recordaba mucho más bonito y menos gastado, quizá por esa tendencia absurda y humana a idealizar tiempos pasados y creer que antes todo estaba mejor.

Y me hizo acordar mucho a esto:

seb. dice:
eso es un habbanet?
aaa que rico
empalaga
pero antes de comerlo es rico
seb. dice:
es amor y decepción

III

Una pelota amarilla iba del piso a la mano de una muchachita de manera sistemática, hasta que por algún capricho del viento se desvió y terminó rodando por el pasto. Ella, divertida, se acercó a recogerla. Con sorpresa descubrió a la moneda, y pensando que ésta equivalía a 1/5 del valor de un paquete de figuritas, la puso en su mochila haciendo caso omiso a las recomendaciones de su madre sobre las cosas que encontraba en el suelo.

Sin que resulte asombroso a esta altura, la moneda saltó y quedó otra vez sobre el pasto. Un muchacho que sostenía unas hojas papel madera había observado toda la escena y, abordado por una sensación de no-sé-qué, la levantó, repasando delicadamente el contorno con la punta de sus dedos como si se tratase de un jarrón de la dinastía Ming o una cadenita de cristal. ‘Qué injusto eso de querer atarte a la oscuridad de una billetera cuando es tanta la luz que desparramas cuando el sol empieza a palidecer’, pensó.

Efectivamente, a ella tampoco le agradaba permanecer en penumbras por quien sabe cuanto tiempo. Si aceptaba viajar de mano en mano, bolsillo en bolsillo, era porque eso la acercaba a su objetivo. Pero si no la trataban con delicadeza, al terminar el recorrido volvía a ser de la calle, del viento, de nadie o de ella misma. Y es que así lo planteaba el pacto silencioso que establecía con quien la recoja y que nadie se atrevía a romper.

Es que las monedas de diez centavos juran fidelidad sólo a su primer dueño, y si éste las descuida o las pierde a ellas algo les hace click y en un segundo se desintegra su vida útil. Siguen como objeto físico, claro, pero ya no pasan en el colectivo ni las aceptan en el quiosco salvo que ellas lo deseen, aunque casi todas se resignan y abandonan a su destino, sin más, así como también lo hacen quienes las recogen que, en el caso de no perderlas terminan por deshacerse de ellas de manera intencional aunque inconsciente.

En uno de sus tantos recorridos matutinos por la calle Corrientes a bordo de un colectivo pudo leer de un libro de Biología de 7mo grado que las plantas precisaban luz para poder realizar la fotosíntesis y tan sólo con ese dato comenzó a entretejer en su mente la teoría de que, si recibía cantidades adecuadas de oxígeno y luz, lograría ella también evolucionar y convertirse en un flamante billete de 20, 50 o 100$, de esos que la gente cuida con recelo y no dejarían que caigan sobre la vereda y queden allí, al azar del tiempo, como había sucedido con ella y tantas otras unas décadas atrás. Y quizá por eso evadía tanto la oscuridad.

El muchacho permanecía con los ojos cerrados, dibujandole con la yema de sus dedos su relieve, y en medio de la comunión había conseguido entenderlo. Conmovido, intentó explicarle algo sobre la relatividad del valor socialmente aceptado y la relación entre lo opaco, el cobre y el oxígeno. Pero se contuvo.


De todos modos, ambos sabían que su destino corría por la misma senda que su esencia.

lunes, agosto 4

II

Una señora que cargaba unos 65 años viste un vaporoso vestido floreado que se sujeta con dificultad sobre su cuerpo mediante unos botoncitos decolorados. Bolsa de supermercado en mano y boca desprolijamente pintada de un rosa fuerte, toma la cintura con su mano izquierda, agachándose, mientras que en su rostro se dibuja la expresión de quien está realizando un esfuerzo supra humano. ‘Bah, pensé que era de $1’ balbucea, mientras apresa los diez centavos dentro de su monedero marrón. El 34 frena justo en la esquina, y la señora sube recibida por un cálido ‘Marité, vení, aquí hay lugar’ que llegaba desde el fondo. Era Rita, otra de las señoras de boca desprolijamente pintada del barrio, y el corto viaje pasó entre comentarios del clima, precios de productos de la canasta básica y la vecina que se mudó hace poco a donde vivía Clara, la viuda. Como era de esperarse, entre tanta charla interesante no prestó atención a la monedita que terminó acostada sobre el pasto cuando bajó del medio de transporte.

viernes, agosto 1

I

Una bandada de infantes uniformados con relucientes guardapolvos blancos corren para alcanzar el colectivo, atropellando sobre la marcha a una moneda de diez centavos que sólo fue tomada en cuenta por uno de ellos, quien la levantó y proclamó altivo al chofer ‘uno de diez’ mientras la sostenía, orgulloso, en su mano izquierda. Así como la introdujo por la ranura, volvió a salir. Cosas que pasan, pensó mientras ponía otra y guardaba la primera en uno de sus grandes bolsillos. De ahí, fue ir al fondo, sentarse con sus amigos, hacer una revisión del día y saludar a la gente que pasaba en los otros autos. Al descender, la moneda se deslizó suavemente y volvió a chocar contra el asfalto.

tout à son juste temps

Me acabo de percatar que perdí uno de mis jeans preferidos.
Hace más de 8 meses.

I

Una bandada de infantes uniformados de guardapolvo blanco corren para alcanzar el colectivo, atropellando sobre la marcha a una moneda de diez centavos que sólo fue tomada en cuenta por uno de ellos, quien la levantó y proclamó altivo al chofer ‘uno de diez’ mientras la sostenía, orgulloso, en su mano izquierda. Así como la introdujo por la ranura, volvió a salir. Cosas que pasan, pensó mientras ponía otra y guardaba la primera en uno de sus grandes bolsillos. De ahí, fue ir al fondo, sentarse con sus amigos, hacer una revisión del día y saludar a la gente que pasaba en los otros autos. Al descender, la moneda se deslizó suavemente y volvió a chocar contra el asfalto.