domingo, agosto 1

5/5 (fin)

Diurno me acompaña a hacer las compras. Lo dejo al lado de un poste, sin anudar la correa y entro al almacén. Sé que mientras tanto él se va, porque al salir con las bolsas tiene el hocico manchado de violeta y el pelo con olor a parras, no digo nada y caminamos juntos hasta casa, riendo en voz baja por anticipado de la felicidad de Marisa que creerá que limpié los pisos. Pongo la mesa y preparo la cena, mis comensales están sentadas en sus lugares desde antes que el agua de los fideos hierva, observan cada uno de mis movimientos como si fuese un examen y comen en silencio. El único ruido es el de la soda llenando sus dos vasos, el chorro quejoso con aires de mar embravecido, luego una tos disfónica y Marisa que llora porque Dora olvidó comprar más pero ya no vale la pena decir nada.

Nadie viene a verificar si apagué la luz de mi habitación. Estoy contra la pared, en cuclillas, las manos atentas. Oigo el temblor de la escalera, otra vez, y el ruido seco de una bolsa llena de aire que se rompe, de nuevo. Es mi turno. Abro la puerta con delicadeza aunque es inútil, las penumbras tienen la culpa de los camisones que se me enredan en los tobillos. Mi tío está reclinado sobre el respaldo de la cama. Sonríe, alza los brazos. Me acerco hacia él, juguetea alborotando mi pelo, pasa el dorso de la mano dura y tersa por mi barbilla. Los otros dos cuerpos yacen desparramados sobre sus pies, aún tibios, dorados de sudor.

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