martes, diciembre 22

Lucrecia y el senegalés

Lucrecia vuelve a su casa y encuentra en la puerta a un hombre moreno, alto y evidentemente extranjero. Debe ser, piensa, de los que llevan maletines con anillos para vender y eso. Lucrecia vive a dos cuadras de la casa de Leandro, frente a su casa hay un prostíbulo pintado de rojo furioso —sin embargo, creo no haber visto jamás a una mujer saliendo de ahí—, tiene un perro y como trescientos gatos adorables. No pudiendo contener sus ansias de ayudar al prójimo, pregunta con una amplia e ingenua sonrisa:

— Hola, yo vivo acá ¿necesitás algo?
— ¡Muheres!
— ¿Estás buscando a mi mamá?
— No, ¡muheres, muheres!, contesta frenético, con los ojos amarillos desbordando de las órbitas y la mano larga extendida señalando la esquina bordó.
— ¡Ah! (...)
— ¿Cuánto vale?

miércoles, diciembre 16

¿vos sos vidente?

Demasiado temprano en Barracas, o La Boca. Anoche con insomnio y una película malísima — Beauté volée—girando en torno a una adolescente que no sabe quién es su padre, su madre era poeta y está muerta y su padrastro la envió a un descampado de Italia a que hagan su retrato. Vive rodeada de bohemios que tienen esculturas tiradas por doquier —ella andaba descalza todo el tiempo, no se puede estar descalzo y feliz en la naturaleza con piedritas y bichos en el medio— y todo gira en torno a que es virgen y no se sabe con cuál de los personajes tendrá su primera vez. En verdad, todos lo sabemos desde la tercer escena pero como un as (falso) bajo la manga lo destapan en los últimos diez minutos. Está en el top 10 de las peores cosas del año.

Y por eso dormí poco. Y porque los gatos se peleaban en voz alta, se escuchaban sus cuerpecitos golpeando paredes y techos. Pero hoy cuando esperaba el 168 ni me molestó no tener cigarrillos desde ayer a la noche porque estaba todo nublado y además conseguí mi lugar preferido.

El problema es que me bajé en cualquier lado —tampoco sé bien por qué tuve esa fe ciega en el 168— y si bien estaba a 15 cuadras del lugar a donde tenía que ir, decidí tomar un colectivo porque la zona no era quizá la más adecuada como para que ande una criatura tan indefensa y blanda como yo. Además tenía zapatos y dos libros de la biblioteca en la cartera. Temí que si me los robaban no me creerían, eso me pasa por mostrarme emocionada cuando me los dieron. *

Podía elegir entre el 24 y el 70. Nunca había tomado ninguno. Dejé pasar dos 70 porque tenía tiempo y ganas y antipatía con el número. Me subí al 24, que en vez de frenar en la parada lo hizo veinte metros antes.

— Che, ¿vos sos vidente?
— ¿Perdón?
— ¿Sos vidente, vos?
— (...) No.
— Ah, porque vi que levantaste la mano pero como no venías justo estaba pensando 'Ahora cuando el semáforo se ponga en verde sigo de largo y no la levanto, que espere el otro'. Y en ese momento viniste, qué loco.
— ¿Ah, sí?
— Sí. La gente es tan vaga, no quiere caminar. Y eso que son un par de metros, no más. Pasa muy seguido, yo casi no te dejaba subir, qué cosa.
— $1.20, por favor.



Idiota.



*Una vez, luego de recorrer Parque Centenario —creo— muy efusiva y expresando cuánto me gustaba todo lo que veía, Guillermo me recomendó que cambie la táctica. Entonces: Ah, no son feos estos sacapuntas, pero, hm, están rotos. Ahora los dos descansan sobre mi escritorio.

jueves, diciembre 10

una historia real

esta es una historia (casi) real. me la contó leandro, a él se la contó su abuela, ella la tomó de vaya dios a saber dónde. tanto va el cántaro a la fuente que al final lo violan (eso dice leandro) y de tanto repetirla la señora mayor a quien no le agrada que la gente la salude (la abuela) la terminó creyendo y desparramando por la ciudad.

había una mujer en una casa. la mujer se llama mabel y tiene muchos, muchos hijos. a la más pequeña aún la amamanta. sucede entonces que la familia se preocupa porque la niña está cada día más flaca. ah, qué estará pasando, por qué está tan traslúcida y delgadita, dios, qué hemos hecho.

entonces, un día, la luz:

la madre descubre que no amamantaba a su bebé, sino a una serpiente. y la bebé le chupa la cola a la serpiente y a duras penas consigue algo de leche. cosa seria, dios, pensó el padre, que estaba por ahí, quizá sentado en un cajón de frutas. tengo que hacer algo, cómo voy a permitir que este bicho horrible le chupe las tetas a mi mujer y deje a mi hija desnutrida.

entonces, el valiente esposo sacó un hacha. es harto común, o lo era en esa época, tener algunas desparramadas por el hogar. con uno, dos, tres, muchos golpes precisos y eufóricos trozó a la serpiente. y la leche comenzó a brotar de su cuerpo triturado.


leandro y mónica (su mamá) escuchan incrédulos. pero por favor, abuela, cómo va a ser cierto eso, además tan tarada iba a ser la mujer que no se da cuenta de la serpiente. pero ustedes dos, qué ofensivos, no era tarada, distraída capaz.

sábado, diciembre 5

heterogeneo

el sueño era muy largo, con retrospecciones complicadas de seguir, lagunas temporales y muy táctil. había una barbie con un vestido lila y plateado en una banqueta en la casa de mi abuela, que no era su casa. yo quería llevármela porque recientemente había encontrado unas cosas de polly pocket. no sé si al final me la prestaban o no, porque era de mi prima.

una fábrica rodeada de árboles. tiene una de esas maquinitas donde pones una ficha y poder mirar hacia largas distancias, sólo que estaba rota y los ojos de la máquina apuntaban al piso. pasto por todos lados, gente sí pero muy poca y todos concentrados en la puerta de la fábrica. una calle transversal pequeña y el mar.

al final estilo arco-iris una playa fantástica, con la arena fina y tibia, doradísima, uno le pasa la mano por encima apenas y hace ruido; y, además, el agua que es a veces verde a veces celeste, límpida, no ya con toda la basura encima ni del color marrón horrendo. todo exactamente así, los ojos alucinados apenas pueden captarlo. comienza a subir la marea, a subirsubirsubir y en verdad no quiero irme y subesubesube y cuando veo pasar delante mío (ya tenía la ropa íntegramente mojada y creía haber perdido una sandalia) un paquete vacío de cualquier cosa, admito que es tiempo de regresar. vuelvo, de todos modos, dos o tres veces. pero la playa, la otra, ya no está.

no sé qué hacer y tomo el colectivo, el 85 va por un lugar extraño. pasa por la sede de avellaneda del cbc y por lugares curiosos. somos menos de cinco pasajeros. yo sé, ellos saben, los otros también, que debíamos bajar en la parada anterior y no lo hicimos y mientras tanto mirábamos al suelo como buscando un lugar donde escondernos para que el chofer no se dé cuenta pero al fin y al cabo, él también lo sabía.

y suben dos mujeres y me miran mal y discutimos y yo siento que me duele la cabeza y ya no tengo ganas de hablar y lo único que se me ocurre para cortar con el debate que siquiera puedo seguir es decirles que tienen linda ropa, se quedan conformes y sonríen plácidamente. estúpidas. pero yo me despierto y la cabeza me sigue doliendo horrores.