jueves, julio 24

Hace un tiempo comenté algo sobre los lemmings, esos animalitos simpáticos que se suicidan en masa como método de autoregulación de la naturaleza (o por accidente como ya está comprobado, pero la primer opción es más bonita), una actitud heróica, prolija y sistemática para preservar el equilibrio de su propio universo. Como un vaivén automático, como mártires sacrificando su vida por la de su especie. Y en cierto punto la gente se maneja -también sistemáticamente y de manera irracional- de un modo parecido, aunque no siempre con éxito inmediato. No lo hacen sacrificándose por una causa noble, sino para aportar a mantener el equilibrio universal, aún sin quererlo. Eso de que siempre que se cierra una puerta, se abre otra.
La clave está en medir a todo aquello que rote por esas puertas giratorias según las propiedades extensivas en primer lugar, e ir viendo muy despacio las intensivas hasta adaptarse.
Así de sencillo. (casi)


Ah, también:

  • Soñé que un colectivero trataba de mala manera a una pareja de ancianos que pedían un boleto de 0,75 ctvs, y yo me acercaba y le discutía alegando que los señores seguramente no sabían que desde el cambio de tarifa el monto del pasaje era de 0,90 o de 1,20, y que eso no le daba derecho a tratarlos así.
  • Escribí una nota para un blog, si quieren ver/leer/debatir, pueden hacerlo clickeando acá. Próximamente se irán publicando algunas cosas más mías ahí, así que los mantengo al tanto (?)
  • No puedo dejar de escuchar Apparat. H es genial. Pero genial, eh.

jueves, julio 10

idiot

A la gente no le da. Y no, no estoy haciendo un descubrimiento digno de un nobel, pero de vez en cuando es bueno que refresquemos estas cosas.

A la gente no le da, pero igual tienen derechos. Derechos que hablan sobre qué pueden hacer consigo mismos, derechos para con las cosas que poseen y derechos para con los demás. Pero éstos no son eternos e inmutables, sino que se desgastan. Es como cuando te ganas un viaje a Córdoba por haber comprado un par de rifas, pero no fuiste a reclamarlo durante un mes, y ya perdió validez. Tendrás tu rifa y todo lo que quieras pero, c'est fini. Y punto.
Lo mismo con la gente: una vez que el derecho expira, ya no están en condiciones de reclamar ninguna de las cosas que anteriormente les eran concedidas por ley. Entonces lo más correcto es aceptarlo y quedarse apoyadito contra el marco de la puerta, sin estorbar el paso.
Si, aún siendo consciente de que se carece del derecho, uno intenta realizar algo que hacía referencia a una de sus cláusulas, debe saber que corre el riesgo de que le estampen en la frente un NO enorme con brillantina y boligoma. Y, en el caso de obtener el tan ansiado Sí, lo mínimo que se espera es una actitud recta y honrosa. Uno no está en la posición de negociar condiciones, mucho menos de imponer su voluntad. Así que si le responden con un 'Dale, bárbaro, pero después de las 23hs porque antes estoy ocupadx', es anti-ético, inmoral, desconsiderado y por sobre todo lo demás IDIOTA que la primera reacción sea la del 'Ahhh, sí? Ok, olvidate. En otro momento será'. Porque el otro momento ahora está a varios años de distancia, porque lo que en momentos en que la ley regía hubiese sido un tímido y sumiso '... O puedo cancelar lo que tengo que hacer' habrá mutado para ese entonces en una risita sarcástica por lo bajo, en un bajarle la tapita al celular y tirarlo arriba de la cama.




Oneiric Adventures

Debe hacer mas o menos un año desde que cada vez que me despierto hago un repaso de lo que soñé la noche anterior, o escribo algunas keywords en lo que tenga a mano para poder ir reconstruyendo el sueño a lo largo del día. Creo que todo empezó cuando aprehendí que paso 1/3 de mi vida en el universo onírico y, debido a mi constante necesidad de racionalizar el tiempo para hacerlo rendir, decidí que ya que no podía dedicar ese tercio de existencia a otra cosa, como mínimo tenía que tener una idea más clara de qué pasaba ahí.
Las keywords que andaban revoloteando por mi cabeza hoy cuando me levanté eran jazz, chocolate, nativa y cintas.

Habitación de madera, no muy alta, húmeda. Envuelto en cintas, aparece un chico más bajo que yo. Apoyado en la débil franja divisoria entre la vida y la muerte, estira los brazos y me mira fijo, hasta que entra en un estado de pseudo-epilepsia y comienza a despedir espuma por la boca y por los ojos. Bizarro, no suelo soñar con cosas así. La escena era espantosa, y recuerdo haberla visto en una película pero, ¿en cual?. Psicosis, pienso y me conformo con esa respuesta aunque sé que era otra pero también sé que no la voy a recordar y que en este momento no es lo que más interesa. Entre la puerta y el piso se acumula un moho verdoso y espeso que respira. Del otro lado, el clima es completamente diferente. Una bañera enorme de mármol color beige, paredes altas, todo reluciente, en apacible calma. Una nativa desarreglada y con el pelo largo hasta los talones aparece arrodillada sobre el piso. Retrocedo dos pasos y me apoyo contra la pared. Me cuenta que para salvar al chico es necesario que yo recuerde toda la situación con lujo de detalles y que nada quede afuera, pero yo siquiera soy consciente de que algo haya pasado. Ella me pide que de media vuelta y mire la bañera. Entonces, el cuarto oscila entre la completa oscuridad y una luz pálida y rojiza. La bañera está llena de chocolate y suena una canción de jazz. Empiezo a recordar qué era eso, las cosas se empiezan a unir, todas esas escenas separadas logran encastrar y tener coherencia. La nativa sonríe y anuncia que tiene que irse. La luz vuelve de golpe, y me despierto.

¿A alguien le sobra un lexotanil?