martes, abril 7

hola

Los asientos están ocupados, la mochila repleta colgando densa de un solo hombro y yo cansada con ganas de llegar a casa o al menos a La Boca, al trayecto de minutos, apenas, que va desde subir el puente hasta bajarlo, lo único suficientemente entretenido del viaje como para olvidar que todavía falta una hora, las ventanas cerradas, gente que empuja y si hubiese tenido más monedas me tomaba el semi-rápido, pero da lo mismo, si total iba a viajar parada y la gente es la misma siempre, casi, sólo que ventanas sin abrir pero con cortinas, y para qué si así ni puedo ver ese poquito de río que me recuerda otro poco a las ganas que tenía de irme en Semana Santa a Pinamar, Claromecó o cualquier otro lugar con arena, agua y, claro, Guillermo. Quedarse en la cama con las sábanas tibias hasta tarde o estar desde temprano en la playa viendo repicar sobre el mar los últimos vestigios de oscuridad y venus que se entierra entre las olas, después amanece entre sweaters largos, pero en vez de eso es la remera nomás y hace un calor que asfixia, ni se puede leer porque las luces están apagadas, entonces lo de siempre, mirar a la gente que mira otras cosas mientras no se dan cuenta que las estoy mirando, porque sino es incómodo, pierde la gracia. Un hombre ya entrado en años con la camisa abuchonada adentro del pantalón de vestir ajado como las bolsas que se adivinan debajo de los ojos, cansancio acumulativo de estar despierto y ver tanta nada, humo de cigarrillo, smog, lluvia ácida, bolsa de consorcio negra atada doble nudo entre las piernas un poco flexionadas. La chica de mi edad haciéndose la dormida con la mochila sobre las piernas para no darle el asiento al padre con hijo de menos de cinco años que acaba de subir, sentada al lado de la señora que haciendo valer su derecho de haber vivido más que ella deja los ojos abiertos, los apunta al nene y los arrastra indiferente de nuevo hacia otro punto del colectivo aunque no esté mirando nada. Dos ojos se escabullen entre rulos desprolijos y sucios por encima de una boca a medio abrir en expresión idiota, pares de manos aferradas de donde pueden para mantenerse firmes aunque hay mucho tránsito, se va lento como todos los días hábiles de 17 a 21hs.

Y de repente recuerdo algo que pensaba hace muchos años, cuando al pasar por La Boca me daban ganas de acurrucarme en el auto y taparme la cara con los brazos por miedo a que se caiga el puente, u otro auto nos choque y caigamos nosotros o cualquier otra tragedia en sintonía con el agua, de esas que me eran tan frecuentes noche a noche. Me acuerdo de la intranquilidad que propiciaba el saber que todas las personas que me rodeaban y se mantenían en silencio, estaban pensando algo. Todas y cada una de ellas, porque no se puede no pensar. Me viene de golpe esa sensación incómoda y aunque cada uno mira algo diferente, yo los miro a todos y me aterra más el saber que ni se dan cuenta, tan absortos pensando en algo o intentando no hacerlo. Los ojos se multiplicaban, fijos, sobre puntos reales o ficticios, adentro o afuera de las ventanas cerradas, entre el vaivén continuo y el aire, ahora más denso.

Por suerte faltan dos o tres paradas para bajar, así que ya me puedo acercar a la puerta o buscar las llaves, que siempre es entretenido, más porque se termina el trayecto que por tener algo que divierta en verdad.

Creo que es por eso que me gusta tanto hablar.

2 notas al margen.:

Jimpa dijo...

AMO viajar en ómnibus, y mucha gente dice que es feo, pero hay algo extraño en eso de que muchas personas están pegadas a vos y cada una de ellas vive su propia vida, alejado materialmente de ella, como en una especie de transición donde a pesar de estar rodeado de desconocidos, son tus seres queridos y tus problemas de cada día los que se sientan a tu lado.

Anónimo dijo...

Mucho bondi, mucho Sur, muchas sensaciones, recuerdos y talcuales. Siempre le sacás algo de mágico a pedazos de real cotidianeidad.