martes, febrero 24

colgada

#1

Es lunes y de noche. Estoy sentada en la ventana fumando un cigarrillo. Curiosamente, no hay música sonando ni viento suficiente como para que la brisa remueva aunque sea apenas algunas hojas, empuje una puerta y provoque un chirrido, nada. Ni el exhalar el humo es sonoro. Pero algo cruje, ramas que se quiebran una tras otra o, mejor, bosque entero que se inflama en la mano izquierda que sostiene el cigarrilo con la punta roja, uniforme.

Cierro los ojos buscando tapar un sentido para exaltar los otros y, una infinidad después, el abrirlos vino acompañado de la sopresa de que éste ya se había terminado por completo. La montaña de cenizas seguía fiel, pendiendo de la colilla, hasta que la descubrí y, al unísono de algún ademán torpe, fue a parar al suelo de ladrillos, rojos, también.


#2

En la terraza, debajo de las tejas, hay una sombra afable que permite olvidarse un poco de los 25ºC que envuelven las copas de los árboles y ascienden como una nube intangible desde el suelo veteado por rasgaduras producidas por el repiqueteo constante de las uñas de mi perro Seph. Él corre presuroso, salta, se apoya en el cantero, cae de vuelta y ladra, atormentado por el ruido de unas máquinas que trabajan en la esquina para reparar caños de agua.

Tengo la vista fija sobre el libro pero mi atención se cuela entre los múltiples paréntesis y signos de interrogación sin registrarlos siquiera, para dar de lleno contra el eco agudo y profundo de sus ladridos, que chocan contra la pared de la fábrica textil de al lado para hacer vibrar la reposera que me sostiene. Intento cerrar los ojos, apenas... y me acuerdo. Pero ya es tarde, y otra vez el cigarrillo quedó reducido al recuerdo de una pavesa que supo brillar intentando burlarse del sol, que cae —cada vez menos intenso— detrás de las tejas, describiendo una luz bufona que tiñe de un ocre suave las hojas de mi libro.

lunes, febrero 16

my dear bruno (y sus fabulosas e intrépidas aventuras)

-seconectobrunoo: piba
aschenbach: hijo, qué tal tus vacaciones?
-seconectobrunoo: perfectas, digamos
aschenbach: contame detalles
-seconectobrunoo: me gane unos 200 en el casino
aschenbach: jajajaja, que genial! cuanto apostaste?
-seconectobrunoo: jugué 100 y gané 300
aschenbach: qué más?
-seconectobrunoo: jugué a la pelota con miguel de midachi
-seconectobrunoo: me bese a una embarazada
-seconectobrunoo: aajaja
aschenbach:: JAJAJA dónde?
-seconectobrunoo: en un boliche
-seconectobrunoo: yo ni idea q estaba embarazada
-seconectobrunoo: estabamos hablando asi
-seconectobrunoo: iba a ir a la casa de ella
-seconectobrunoo: y me dice q esta embarazada
-seconectobrunoo: le miro así la panza
-seconectobrunoo: y tenia pancita viste cuando estas de 2 meses 3

aschenbach: no fuiste a la casa, me imagino
-seconectobrunoo: nooo

lunes, febrero 2

¡dangerdangerdanger!

ella es mi otra reciente y bella adquisición, contémplenla:



dos en mucho menos de una semana no es un buen promedio.
por favor, que alguien deshabilite mercadolibre de mi ordenador. por mí, por el blog, por mi economía y por el mundo que nos circunda todo. gracias.

nota: si crees que estaría buenísimo que esto tenga coherencia, podes leer este post.

Trivial, encantador e innecesario: Subastas de MercadoLibre

Trabajé un año haciendo cosas con MercadoLibre y webs similares pero jamás me había percatado de su enigmático talismán: las subastas. Sí, esas puertas que se abren apenas por diez días y permiten que la gente se lance sobre ellas, deseando ser aquellos a quienes se les permita empujarla por completo y robar el preciado cáliz que se haya detrás sobre un cojín bordó.

No es necesario que el objeto anhelado sea ni objeto -en el sentido físico- ni anhelado, como la sarta de cosas publicadas que a nadie interesarían jamás de no estar en una subasta y tener un cronómetro -que no para de trotar en círculos, frenéticamente- produciendo que los niveles de expectativa se disparen por el aire y el click en Ofertar se haga casi por inercia.

Me encontré a las once de la noche de un viernes observando con cautela cómo decenas de personas se debatían por un par de anteojos a $3 o un curso de calendario Maya. Y ahí, entre lotes de catorce marquillas de cigarrillos argentinas raras, un visor tarifador de starligh de cabinas telefónicas, un antiguo auto gorgo de chapa año 1962 —"Mira que joyita", rezaba tentador el título del anuncio- y tantos otros artículos, apareció ella.

La subasta había empezado en $1 pero ya ascendía a los $22,50.
Cuatro minutos. Eso separaba al bellísimo artefacto de la última persona que había ofertado. Número desagradable que desapareció cuando -sumergida en meditaciones agudas sobre qué impulsa a alguien a poner
Re top acompañado por más de cinco signos de admiración en un título como llamador de ángeles para la atención de quien lo lea- descubrí que ahora restaban sólo dos. Y no pude contenerme.


El final de la historia ya es sabido. Y ella es preciosísima.