lunes, julio 13

la señora del café

Una figura arborescente, el cuerpo de tronco descansando inquieto sobre la silla, los brazos de ramas raquíticas cayendo sobre el borde de la mesa con los dedos largos entretenidos en el destrozo de una servilleta ennegrecida por tanto manoseo.

La cabeza está cubierta por un pañuelo olivo con arabescos en tonos ocre, sobre los párpados repletos de pliegues caben noches enteras sin dormir que le bajan por la mejilla hasta la comisura de los labios pintados a los apurones.

Charla con el señor del pelo largo ceniciento que le dice carlitos al tostado, ella para hacer más ameno el amague de despedida que se asoma cuando él se ajusta la bufanda le explica que acá el café cortado con apenas de leche se llama lágrima —"me lo contó mi hija, me dijo: mamá, tan bruta no podes ser, se dice lágrima"— y deja flamear su brazo deslucido en el aire para llamar a la camarera, que se acerca risueña con la bandeja apoyada en las rodillas. La cuenta, por favor.

El señor se va, ella se queda apurando el último cigarrillo de un atado de veinte. Vaga en el asiento con la espalda, los ojos y la expresión ya usada de agitar la mano con desgano para pedir otra cerveza. Es necesario cambiar algo el repertorio, abrir la cartera, sacar el celular. Marcar y cortar varias veces, como si la repetición llenase un poco todo este absurdo, esta cantidad de maquillaje desparramado entre aros, collares largos y el chal cubriendo la nuca.

"Hola, ¿cómo estás?, te tengo que pedir disculpas, lo sé. No necesito que hagas nada por mí, sólo preciso la receta. Hablá con el doctor, pedísela. No puedo más, tuve que dejar los otros medicamentos porque no veía ninguna mejora, me hacían peor. Los necesito. Estoy haciendo la dieta, alimentándome bien pero eso no basta para sacar toda esta grasa. Anfetaminas se llaman. Cualquier cosa que tenga anfetaminas. Yo... yo te pido disculpas. No te preocupes, el tratamiento va a estar seguido por un doctor, voy a ir dos veces a la semana. En serio. No me pueden hacer esto. Por favor, ayudame a conseguirlas. Cuando sepas algo llamame."

La cabeza se mantenía erguida, la mirada fija en un punto de cualquier sitio bastante más alejado de las puertas del bar. El cenicero repleto se corona con otro cigarrillo ofrecido por la camarera, el vaso de cerveza transpira, vacío, junto al encendedor. La cuenta, por favor.


1 notas al margen.:

Cicloescenico dijo...

Maravilloso, me encanto.
Besos.