viernes, junio 26

¿verdad que es curioso

que la palabra alemana que designa al rechazo, verwerfung, sea altamente repulsiva?

le pongo colores casi pastel para que no sea tan dañino a la vista el leerla.

martes, junio 23

sugar


tenía una gran reflexión sobre el azúcar, el edulcorante y el por qué este último es infinitamente mejor para endulzar infusiones, pero quedó trabada entre una pila de papel. buscarla sería aún más arriesgado que amagar con darle forma otra vez, así que ahí vamos.

el universo tiende a la entropía, irremediablemente, por ser un sistema cerrado. nosotros somos sistemas abiertos que pegamos patadas contra los rayitos entrópicos para mantener un orden y continuar con vida, o algo que se le asemeje. el azúcar es sólida, el edulcorante* es líquido
y por lo tanto posee un mayor grado de entropía ya que las moléculas están en mayor movimiento, lo que implica más energía cinética.

preferir el azúcar sólida es la negación a extenderse plácidamente sobre el destino, desafío nulo o subversión que bien puede considerarse absurda —¿quedan dudas al respecto de que lo es?— pero desborda funcionalidad. estoy a favor de mantener mi cuarto ordenado y tener las lapiceras en la cartuchera todas acomodadas con el capuchón hacia el mismo lado, pero abrirle los brazos al desorden optando por tres gotas de edulcorante en vez de una cucharada de ese granulado desagradable está dotado de tal fuerza vital que resulta irresistible. además, vamos: estamos hablando de café —ponele—, ¿para qué involucrar a un sólido en un asunto que no le compete? seamos realistas. y prácticos.
aunque la verdad es que prefiero el edulcorante porque puedo dosificarlo mejor para que las cosas no queden tan dulces. el único caso en el cual podría aceptar la supremasía del azúcar —sólida— sobre el edulcorante, es cuando viene en cubos. y esto sólo cabe si nos remitimos al sentido puramente estético, aislando lo funcional. ya que los cubos son bellos, también lo es la palabra, incluso sugarcube suena adorable.



además tengo un screensaver que emula la lluvia. con sonido y todo.

es insuperable, créanme.

*supongo que queda claro que cuando hablamos de ese que dan en los bares, por ejemplo, que también es sólido, inmediatamente deja de tener sentido lo anterior. en ese caso, se lo puede poner al mismo nivel que el azúcar.

sábado, junio 20

saturday

s.e.b. dice:
es lindo el campo ese
yo antes hacia pozos en el bosquecito para que se caigan y se lastimen los hijos de uno de los dueños
me caían mal
les absents ont souvent raison de l'être dice:
ay en serio?
s.e.b. dice:
hablaban con mucha zeta
les absents ont souvent raison de l'être dice:
que zorro que eras
viven en argentina, no?
s.e.b. dice:
sisi
hola zzzeba
idotas
les absents ont souvent raison de l'être dice:
te odiaban a vos
seguro hablaban así para escupirte más
s.e.b. dice:
porque eran ricachones
y eran 3
y cuando iba tu amiguito char y fede hacíamos guerras de higos
y yo les tiraba con odio
y mi tío se calentaba
y me mandaba a juntar leña



s.e.b. para perder, la primavera en Praga para ver y entender, que sólo estuvo viva allá en Paris, junto a él dice:
me estoy comiendo un yogur ser con frutillas, hace años no me siento tan puto
te lo digo ahora que dormís así evitamos el "JAJAJA" que puede herirme
s.e.b. para perder, la primavera en Praga para ver y entender, que sólo estuvo viva allá en Paris, junto a él dice:
beso

viernes, junio 5

Auf Wiedersehen, Matemáticas

Hace un tiempo vengo pensando en cambiarme de Psicología a Letras, en dejar o no matemáticas, hacer ambos CBC o uno solo. Entro a la clase sólo para saber la nota del parcial y decidir seguir la materia o colgarla. La profesora llega veinticinco minutos después del horario reglamentario y oigo que conversa con otros alumnos, una enredadera de justificaciones y titubeos para lo que suponíamos de antemano: otra vez, no trajeron los parciales.

Tímidamente, me escurro por la puerta entreabierta y bajo a toda velocidad —o ni tanta, bah— los dos pisos que me separan de la parada del 22. Nunca viajo en ese colectivo, queda más que claro cuando el chofer me dice con cara de tedio que no lo tengo que tomar ahí, sino en la vereda de enfrente.

La espera se hace molesta y larga, agravada porque tengo la bufanda roja cuadrillé que, si bien es cierto que combina mejor con el resto de la ropa, no abriga tanto como la cuadrillé negra y gris. Me deshago en esa clase de banalidades cuando el 98 se figura a lo lejos. No sé si me deja cerca o no, pero extiendo el brazo para averiguarlo. El chofer, como es costumbre, sigue de largo sin inmutarse.


— La parada de 98 es allá — me dice una mujer de pelo cobrizo, señalando un par de metros más adelante.
— Gracias, de todos modos estoy esperando el 22 — respondo, un poco abatida por tanta torpeza.


La combinación de los colores deja de resultarme atractiva en cuanto a método improvisado para evadir la espera, abro la cartera —procurando no tirar nada en esta difícil empresa, hoy estoy más torpe de lo habitual— y me dispongo a continuar con Victor Hugo.


— ¿Estudiás Letras? — lanza, impetuosa, la señora de hebras borgoña desacomodadas por el viento, que está ahora a mi izquierda.
— En verdad, no lo sé. Estoy haciendo el CBC para Psicología y para Letras.
— Mi difunta hija estudió eso también, era escritora. Publicó un estudio sobre Cortázar, entre otras cosas. El año pasado regalé algo de su material de estudio, pero todavía me quedan varias cosas que te podrían servir. Vivo acá, a una cuadra. Me llamo Ana Silvia. Anotá mi teléfono.


La charla transcurre entre algunos datos más sobre su hija y quejas sobre la demora del colectivo acompañadas de un mapa mental sobre las calles que podrían estar cortadas, que Ana Silvia describe, quizá, con bastante precisión pero no puedo entender puesto que apenas conozco las calles que cortan a la de mi casa. Ella habla rápido, escupiendo las palabras una tras otra en un remolino vertiginoso. Mira de lleno a los ojos. Yo, a veces, bajo la vista o juego a estar ocupada viendo si aparece el 22.

El primero en llegar es el que toma ella, que sube casi de un brinco y, mientras el colectivo reanuda la marcha, voltea y me dice que no olvide llamarla.



Mañana, a las 13.10hs, estaré puntualísima en la puerta de su edificio. Algunas cosas son bastante evidentes, no tendría sentido simular no oírlas.

Adiós, matemáticas.