domingo, junio 22

Le surréalisme au service de la révolution

El cuatro de Junio a las 8 am iniciaba una nueva clase de Estética.

La consigna era simple: Grupos de 3-4 personas. A partir de la oración
Abrió la puerta y la vio, había que comenzar a escribir lo-que-sea durante 3 minutos. Una vez que se cumplía ese lapso, se doblaba la hoja a la mitad dejando a la vista sólo la última oración, y se la pasaba a la persona que estaba a la derecha. A su vez, uno recibía la hoja de quien tenía a la izquierda. Se repite lo mismo dos/tres veces, et voilà.

La idea era que sea una introducción al dadaísmo, lo que descubriríamos al finalizar la clase, pero ya lo sabía de antemano porque es una de mis vanguardias artísticas preferidas. El método no era una invención de mi profesor, sino que data de principios del 1900, cuando Tzara lo resumía en 8 simples pasos.

En fin, a mí me tocó hacerlo con Eugenia y Martín. El primer párrafo es mío, el segundo de Martín, el tercero de Eugenia, y el último también lo escribí yo. Quedó algo así:


Abrió la puerta y la vió, ahí, entre unos diarios viejos que se apilaban dando lugar a una inmensa torre de babel de letras y polvo que parecía estar a punto de caer, más había permanecido en ese estado durante meses. Ella seguía inmóvil, ajena a lo que sucedía a su alrededor e incluso dentro suyo. Siquiera levantó la vista cuando él, al cerrar la puerta de golpe, la despeinó un poco con la manga de su blazer gris. Él retrocedió unos pasos y se dejó desplomar sobre el sillón disimulando

un suspiro, de esos que se dan a la fuga cuando las defensas bajan y uno está cansado de esperar. El reloj pasaba (sic) y nadie aparecía. Llegada las 8 pm (sic), procedí a marcharme. Mis esperanzas de encontrar al amor de mi vida de pronto se desvanecieron. Con los días la olvidé, claro que, no por completo. Algo de su rostro, tal vez su sonrisa no me dejaba olvidar el bello momento que me había hecho sentir, y los

sentimientos no se olvidan. Se sentía muy triste y pensaba en él todo el tiempo. Los recuerdos de sus mejores momentos juntos surgían de entre sus pensamientos y no la dejaban olvidar. Ya no sabía que hacer, trataba de llenar sus pensamientos

concentrándose en su trabajo pero se cansó de él, de los uniformes, de la puntualidad, de su jefe y sus compañeros. Se aturdió de todos ellos, de escuchar el reloj a diario a las 06.45 am y de no oír el teléfono y un 'Parque Tres de Febrero, en media hora. Y abrigate que hace frío, no es tan de noche aún pero está llegando Mayo'. Y era esperar, tiempo, tiempo, esperar. Pero, ¿y qué cuando el tiempo cede y se estira sin llegar? Este y otros pensamientos se aglomeraban en su mente, corrían en círculos chocandose unos con otros, herméticos y no susceptibles de ser cambiados, cuando saltó.
Luego fue el ruido del agua, y unos pájaros que se desdibujaban en el horizonte.


Si llegaron hasta acá, habrán visto que no hay mucha coherencia y entenderán que esto es así porque cada uno escribía un fragmento sin conocer lo anterior.
Lo interesante es que, siendo aproximadamente 7 grupos en el curso, la mayoría de las historias contaban lo mismo. Amor, decepción, llanto, olvido y otros temas cliché, por eso algunos relatos sí resultaban medianamente coherentes, salvando algunos pequeños detalles.

Entonces, ¿Tendremos que asumir que estamos tan ahogados por el condicionamiento y las experiencias personales que a la hora de escribir, habiendo tantos tópicos, se recurre incesantemente a lo mismo? ¿O mejor cabría proponer un planteo pseudo-científico de energías o conexión de pensamientos donde el grupo, sumado a que se conoce desde antes, tiene en su sub-consciente una mínima noción de lo que escribió la persona anterior, y por eso se le puede dar cierta continuidad?

Todo va así, de lo individual a lo colectivo y viceversa, pero a veces los límites entre ambos se borronean, y entonces la línea donde se deja de ser uno con
otros y se pasa a ser un todo indivisible se mimetiza con el camino, y uno va tan apurado que siquiera piensa en detenerse a mirar.

Si está bien o mal, supongo que queda al criterio de cada uno. No es una novedad el tema de las modas, vestirse todos iguales, escuchar la misma música, consumir determinados programas televisivos, etc., y pasar así a pertenecer a un grupo y no a otro. Pero acá siquiera hablamos snobismo o de una ideología, sino de pensamientos, sentimientos (mejor dicho, modos de sentir), si lo quieren llevar a un plano que se supone más interno, individual y por ende, personal.

¿Estamos condenados a vivir las mismas situaciones, con similar intensidad y del mismo modo (si es que todo esto es factible de medirse)? ¿Lo adoptamos y tomamos respuestas o planes pre-fabricados para evitar el tedioso compromiso de idear nuestras propias soluciones?


Sí, me enredé y terminé no diciendo nada, o mejor dicho, diciendo varias cosas pero todas desordenadas, y quedó todo más confuso e incoherente que la historia de a tres. Pero me cuesta congeniar que el arte es la forma más intensa de individualismo que el mundo ha conocido (considerando individualismo como quien actúa de acuerdo a su propio criterio) con que de 30 personas, 25 escriban prácticamente lo mismo. Y, en ese caso, tampoco es tan grave. Lo alarmante es que sucede a gran escala.